Uno de los hitos más significativos en el desarrollo de la ciencia moderna de la meteorología se produjo a finales de la Primera Guerra Mundial, cuando el físico y meteorólogo noruego Vilhelm Bjerknes realizó estudios intensivos en Bergen, Noruega, sobre la naturaleza de los frentes, y descubrió que la interacción entre masas de aire genera la formación de los ciclones, tormentas típicas del hemisferio norte.
En dichos estudios Bjerknes contó con la colaboración de tres meteorólogos noruegos: su hijo Jakob, H. Solberg y T. Bergeron.
Los términos ciclón, huracán y tifón son realmente sinónimos, sin embargo varía el nombre según la zona geográfica:
En el Océano Índico y en el Pacífico del sur se les denomina “ciclones”, en el Atlántico occidental y el Pacífico oriental, “huracanes” y en el Pacífico occidental, “tifones”.
A finales del siglo XIX, el meteorólogo australiano Clement L. Wragge fue el primero en referirse a huracanes utilizando nombres propios de mujeres. Para ello se servía de nombres bíblicos. Ya en 1953, en los Estados Unidos se decidió identificar a las tormentas con nombres de mujer. Con ello se abandonaba la tradición de nombrarlas mediante el alfabeto fonético. Más tarde, en 1978, comenzaron a incluirse también nombres de hombres a las tormentas del Pacífico Norte Oriental. La unificación vendría cuando un año más tarde, la Organización Meteorológica Mundial y el Servicio Meteorológico de Estados Unidos, decidieron alternar nombres de hombres y mujeres para el nombramiento de tormentas. Cada zona del planeta que sufre huracanes, ciclones o tormentas tropicales tiene su propia lista de nombres.
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